martes, 2 de noviembre de 2010

Psicología Social y Prejuicios

José Luis Cabrera
Naturaleza del prejuicio
Aunque es bien sabido que los prejuicios afectan negativamente a ciertos grupos de personas en virtud de determinadas características que configuran ciertos estereotipos sociales; también es cierto que tienen un efecto positivo pues suelen reafirmar, por ejemplo, sentimientos de identidad al interior de los grupos (Worchel, 2002). Allport fue uno de los primeros psicólogos sociales en abordar el prejuicio (La Naturaleza del Prejuicio, 1954) identificando factores cognoscitivos y culturales que intervienen en su formación.


De manera práctica, podemos definir el prejuicio como un juicio previo negativo sobre un grupo y sus miembros (Myers, 2005). Pues bien, cuando actuamos prejuiciosamente, solemos asignarle a determinados grupos algunos atributos negativos; de hecho, este es el efecto social más notorio de los prejuicios. Es por ello que muchas veces los prejuicios son abordados desde una perspectiva reivindicatoria (cuando el que lo hace pertenece a alguna minoría afectada) o solidaria (cuando el que lo hace apela a los derechos humanos de quienes son sus víctimas). Pero debemos reconocer que a veces los prejuicios le asignan ciertos atributos positivos a algunos grupos sociales (en muchos sectores de la sociedad limeña, por ejemplo, la decencia está asociada al color de la piel ).

Siempre me refiero en clases a la situación que viví en un hospital limeño hace ya buenos años y que aún recuerdo mucho. Un grupo de “pacientes” ocupábamos la sala de espera de los servicios de otorrinolaringología para ser atendidos por algún médico de turno. Cuando salió la enfermera, nos presentó una lista con el apellido de tres doctores. Nosotros teníamos que elegir el médico que finalmente nos atendería. Pero, ¿cómo elegir a uno de los médicos si sólo sabíamos de ellos, sus apellidos? No había ninguna referencia más. Mientras todos dudábamos viendo la lista, indecisos, una de las personas del grupo resueltamente dijo en voz alta: yo voy a ser atendido por el doctor Simabukuro (no recuerdo bien, pero el apellido era japonés y sonaba parecido). Interesado en la actitud resuelta de este señor, le pregunté si conocía a ese tal Simabukuro y si lo consideraba un buen médico, a lo que él me respondió, dejándome perplejo: no lo conozco pero... ¿es japonés, no? Los japoneses son estudiosos y serios.

No es necesario terminar de narrar el desenlace para imaginar lo que pasó: inmediatamente todas las personas del grupo siguieron la decisión de nuestro “amigo” y terminaron saturando la jornada de trabajo del tal Shimabukuro, dejando al resto de médicos con algún tiempo libre para la mañana.

Creo que este podría ser un caso explícito de prejuicio en sentido positivo. Ojo, digo sentido positivo, no consecuencias positivas, ya que probablemente la decisión de la mayoría no fue la acertada, pues terminaron saturando un servicio, desperdiciando las posibilidades de conocer la experiencia de los otros médicos y en suma, arriesgándose tras una información que nada tenía que ver con la performance del médico en mención.

Prejuicio y estereotipo

¿Por qué evaluamos a los demás de forma positiva o negativa sin siquiera conocerlos? ¿Cómo se construyen los estereotipos que finalmente devienen en prejuicios hacia determinados grupos sociales? Para responder estas preguntas primero debemos aclarar que la naturaleza de los estereotipos es cognitiva, pues éstos aluden a creencias construidas a partir de información extraída, procesada y consolidada en una fuente prioritariamente cognitiva. Los estereotipos son convicciones, dice Worchel. Los prejuicios, en cambio, son actitudes y como tales se forman a partir de tres tipos de información: cognitiva, emocional y conductual (Myers, 2005).



Quiero poner especial énfasis en el distingo que he realizado entre los estereotipos y los prejuicios, pues dada la naturaleza compleja de estos últimos, suelen ser más peligrosos que los primeros. Los estereotipos generalmente constituyen creencias y por ello se restringen al territorio de las mentalidades. Pero los prejuicios, dada su fuerte carga emocional, pueden expresarse en un rechazo tajante y abierto hacia ciertos individuos. Y es que, como dije en el párrafo anterior, los prejuicios son actitudes y por eso conllevan el peligro de expresarse más allá de los pensamientos (no configuran meras percepciones), en emociones (afectos, finalmente) que conducen a las personas, en no pocos casos, a conductas flagrantes que no solo revelan actitudes prejuiciosas, sino que dañan emocional, moral e incluso físicamente a sus víctimas. Un ejemplo de esto lo tenemos en las conductas xenofóbicas.


Racismo: una modalidad del prejuicio

Quienes tienen actitudes racistas, no siempre las dejan en el terreno de sus creencias, pues llegan a sentir un profundo rechazo y animadversión hacia las personas que consideran racialmente inferiores. Por último se sienten en el derecho de menospreciarlas, marginarlas y hasta violentarlas. Para nadie es una información oculta que últimamente han aparecido, en diferentes partes del mundo, brotes de una intolerancia recalcitrante que tiene como sustento la diversa y heterogénea pertenencia étnica y/o racial.

La persona racista, siguiendo las definiciones que hemos dado, cree que las personas de otras razas son seres despreciables y peligrosos, siente un profundo rechazo por ellos y se comporta de manera intolerante y abiertamente discriminatoria cuando se los encuentra. En este ejemplo se aprecia cómo los tres sistemas mencionados (cognitivo, emocional y conductual) se ponen en juego para brindarnos una idea cabal de cómo opera el prejuicio en la psique humana.

Muchos están de acuerdo en que, dada su naturaleza, los prejuicios pueden modificarse. Y para esto acudimos a un principio elemental: los prejuicios no son innatos, son aprendidos. No existen personas prejuiciosas, sin sociedades prejuiciosas. Las personas racistas, por ejemplo, han crecido en el seno de familias racistas que habitan sociedades donde se alimenta una cultura racista que se expresa en prácticas discriminatorias cotidianas. En este lado del mundo, además, esas prácticas discriminatorias no son sólo expresiones sociales aisladas, pues muchas veces llegan a ser promovidas por las propias instituciones del estado. Cuando esto sucede el racismo ha dejado de ser una práctica privada y se ha institucionalizado. Es el caso de los racismos abrigados por los regímenes coloniales en nuestro continente y es el mismo caso que generó el horror del Apartheid en el continente africano. De hecho, el racismo que perdura en nuestras sociedades tiene su gran matriz en estas expresiones aparentemente superadas.


¿Qué motiva los prejuicios?

Muchos prejuicios sociales no son producto de otra cosa que de los propios temores que se abrigan dentro de las sociedades y colectivos. Abundan los prejuicios hacia quienes son diferentes de nosotros. Esto expresa el temor que causan los extraños. No es raro entonces que las civilizaciones, sociedades y/o comunidades generen prejuicios entre ellas. Cuanto más diferentes somos, tenemos más prejuicios que operan como mecanismos de defensa para alternar con nuestros semejantes en la hipótesis que, podemos confiar en quienes son como nosotros, pero desconfiar de los extraños a quienes les imputamos una serie de características que nos mantienen alejados.

Berkowitz, quien ha estudiado las fuentes de la agresión social, sostiene que los individuos no podemos alcanzar todas nuestras metas y esto genera frustración que se expresa en una respuesta emocional de ira. Esta ira muchas veces nos conduce a la agresión. Pero no siempre se puede agredir al objeto o sujeto que interfiere en la consecución de nuestras metas. Es más, no siempre es posible conocer o identificar al responsable (muchas veces no existe un responsable). Pensemos pues en un sistema social que nos frustra cotidianamente. ¿A quién responsabilizamos de nuestros fracasos? Allport nos respondería: a un chivo expiatorio. La práctica del chivo expiatorio proviene de una tradición judía en la que el pueblo de Israel sacrificaba a un animal que simbolizaba las culpas de todo el pueblo.

Según la teoría de la discriminación del chivo expiatorio, depositamos nuestra ira hacia grupos distintos que conviven con nosotros, para desahogarnos emocionalmente y así reducir el impacto de nuestras frustraciones cotidianas. Y elegimos a esos grupos en virtud de algunas condiciones: su situación de vulnerabilidad (por eso son elegidas las minorías), su visibilidad (porque notoriamente son distintos a nosotros), entre otras.

Pero para otros estudiosos, como por ejemplo Tajfel y Turner, hay una motivación distinta que se sostiene en dos cuestiones: el deseo de superioridad y el sentido de pertenencia. Respecto de la primera cuestión, es bastante obvio que todos los individuos (al menos los habitantes del mundo occidental) tenemos un deseo de superación que se fortalece en el hecho de compararnos socialmente. La comparación es una práctica extendida y consiste en evaluar nuestras capacidades y apariencia con la de otros. De ese resultado podrían salir diferentes consecuencias, por ello elegimos compararnos con personas que en principio, poseen características similares a las nuestras, de manera que la evaluación pueda establecer comparaciones válidas. Otra estrategia consiste en comprarnos con personas supuestamente inferiores a nosotros para realzar nuestra autoestima. Sino, preguntemos cuál es la técnica más usada por los terapeutas que atienden a personas deprimidas.

A esta cuestión se agrega la necesidad de fortalecimiento de lazos de identidad con nuestros grupos primarios de pertenencia. El ser humano es gregario y necesita potenciar su sentimiento de identidad social. Pero no sólo construimos nuestro sentido de identidad reconociendo nuestro parentesco a un grupo determinado, sino reconociendo diferencias con los miembros de otros grupos. En síntesis: soy de un grupo, porque no soy del otro. Entonces buscamos hacer explícitas estas diferencias y para lograrlo acudimos a un conjunto de prejuicios.

Otros estudios afirman que los prejuicios funcionan como marcadores de las desigualdades sociales. Dentro de toda sociedad, o por lo menos la mayoría, existen estratificaciones. La heterogeneidad que se genera en su interior no se reduce a cuestiones económicas (ingresos monetarios, capacidad de gasto, etc.) ni políticas (títulos nobiliarios, ejercicio del poder, etc.). En la mayoría de sociedades de occidente existe una estratificación por clases, a cada una de ellas se les adjudica comportamientos diferenciados y prácticas culturales específicas que constituyen finalmente prejuicios que delimitan su estatus y posición social. Estos prejuicios, en alguna medida, validan las jerarquías dentro de las sociedades estratificadas .

Otra explicación proviene desde las teorías del conflicto que asumen el prejuicio como el producto de disputas históricas que comunidades enteras han sostenido por el acceso a algunos recursos limitados. Este enfrentamiento genera el efecto de que los grupos se contemplen mutuamente como una amenaza para satisfacer sus necesidades y alcanzar su bienestar. Estas disputas históricas han generado grandes enfrentamientos que se expresan en las sociedades modernas en formas de prejuicio: xenofobia, racismo y fundamentalismo.

Ahora bien, cuando se despliegan los conflictos se tiende a homogenizar y estandarizar a los integrantes de los grupos enfrentados. Por ello es que en épocas de guerra, milagrosamente todos los habitantes de la sociedad contraria aparecen como tipos abusivos, ruines, desgraciados. A esto contribuye una industria psicosocial que es esgrimida desde algunos estados en épocas de guerra.


Algunos pasos desde la psicología social comunitaria

Los psicólogos sociales deben asumir una actitud más comprometida. No podemos seguir interviniendo profesionalmente en un país que alimenta diversas formas de opresión y exclusión que nos restan posibilidades de convivencia social.

Una de los roles fundamentales de los psicólogos está relacionado a la modificación de actitudes. Muchas veces esto se trabaja en el marco de una relación terapéutica individual. Pero ya vemos que es necesario platear estrategias para modificar actitudes en un campo más extenso que el individual. Nuestras intervenciones tienen que incidir en espacios más complejos, dentro de una perspectiva sistémica que enlace el nivel individual, con elementos relacionales, sociales y culturales. Las actitudes no se forman en la mera cognición de las personas, se gestan atravesando todos estos niveles por lo que no será posible abordarlas en un solo escenario y desde una sola perspectiva. Desde esta perspectiva el trabajo del psicólogo puede impactar en el plano institucional que anida los prejuicios. Estamos hablando de políticas institucionales: políticas públicas que son al fin y al cabo producto de las percepciones de quienes toman decisiones desde posiciones de poder.

La psicología social abandona el consultorio, ingresa las sociedades, atraviesa las mentalidades, re-significa percepciones, en el marco de culturas y finalmente plantea mecanismos institucionales para superar los problemas que nos aquejan ya no como personas ni colectivos, sino como naciones que aspiran a la convivencia y la libertad.

3 comentarios:

  1. Si el prejuicio es cognitivo, lo está bien enquistado en la mente de cada peruano, incluso forma ya parte del inconsciente, en modo de practicas rascistas. Lo ilustra perfectamente un anécdota que cuenta Jorge Bruce ("Nos habíamos choleado tanto") que cuando manejaba su auto y un taxi se le cruzó bruscamente, él, por acto reflejo, pensó "¡cholo de mierda..!"
    Así las cosas, es una labor bien difícil la que tienen ustedes para reinvindicar esta herida nacional.
    vanessa dulanto

    ResponderEliminar
  2. Por cierto, te escribo desde la cuenta google de mi novio... -_-!
    Voy a mandar enlaces de tu blog en mi Twitter, ya que está muy bueno.
    vanessa dulanto

    ResponderEliminar
  3. Qué generosidad Vanessa, mil gracias. Excelentes comentarios, son temas que nos comprometen como peruanos.

    ResponderEliminar