sábado, 27 de febrero de 2010

Una visita desoladora

Había decidido lanzar este blog para discutir sobre los conceptos y metodologías de la práctica social comunitaria, pero mis textos poco a poco han ido virando hacia un formato testimonial. Y es que auscultando mi prehistoria profesional (época estudiantil), irremediablemente he retornado a los nombres, rostros, encuentros y desencuentros de mi época universitaria que he decidido finalmente abordar desde un estilo próximo a mis vivencias personales. He encontrado de esta suerte y sin quererlo, una manera de comunicar mis ideas y sensaciones, a la vez que realizo una especie de ejercicio biográfico que tiene que ver con mi aproximación profesional a la psicología social y comunitaria.
Año 2004, en la Casa del Valle
Transcurría la segunda década de los años 90 y nos encontrábamos en pleno gobierno de Fujimori, que ya había develado todo su carácter autoritario colonizando las instituciones del estado y manejando a su antojo algunos medios de comunicación. Era época en que mataba el tiempo dentro de la ciudad universitaria de San Marcos, que a la sazón brindaba a sus estudiantes una amplia gama de oportunidades para el ocio. Distribuía este tiempo entre el tenis de mesa (en el que lleguè a ser bastante diestro), la caminata con algún amigo dentro del campus (recuerdo a Kike, Vallejo y un sujeto al que apodamos La Mosca) y finalmente el almuerzo en el comedor universitario que, con el pretexto de solventar una necesidad fisiológica, nos permitía interrelacionar con estudiantes de todas las carreras y procedencias. Eventualmente participábamos en las marchas y protestas estudiantiles que se organizaban al interior de la ciudad universitaria y significaban una valiosa oportunidad para interactuar con gente de diversas tendencias políticas y ¿por qué no? conocer chicas.

domingo, 7 de febrero de 2010

Questión social

Visita a Carpa de ASPEm en Chincha, 2007.
Por: José Luis Cabrera Corría el año de 1998 (no tengo certidumbre de la fecha pues no logro recordarlo del todo) y las clases en San Marcos se hacían cada vez más insoportables, no tanto por la desidia o desánimo de mis profesores, como por el hartazgo al que me había llevado mi errática búsqueda vocacional que no encontraba derroteros firmes por donde transitar.

Para ese entonces había abandonado ya sendos estudios de ingeniería civil e ingeniería electrónica en dos universidades públicas limeñas. Había ingresado a la Facultad de Psicología de San Marcos para reencontrarme con el humanismo, con el mundo de las letras, a través de la búsqueda de la comprensión de la sociedad y del propio ser humano. Y vaya que no encontraba las respuestas fácilmente. En San Marcos y más precisamente en su facultad de psicología, tuve que resistir los cursos de anatomía y fisiología y luego de estadística y psicometría. Pero yo sabía que el comportamiento humano no era una simple determinación biológica y que los test psicológicos difícilmente iban a revelarme las intrincadas complejidades del alma humana. Mi búsqueda aún estaba intacta. Me di cuenta que las letras y el humanismo que buscaba estaban más cerca de facultad de literatura (tuve alguna novia por allí) y que mi interés por la marginalidad y sus expresiones (por aquella época me identificaba puerilmente con Humareda, Hernández o Martín Adán) estaba más cerca de la sociología y la antropología que de la psicología que recibía día a día en la ciudad universitaria de San Marcos.